Escrito por Super User. Publicado en Articulos- Español
GEOGLIFO 1, NUESTRO PADRE
Viviana Briones Valentin
Pensábamos que nuestro papá sería eterno. Siempre vital, curioso, creador, inagotable, gozador y hacedor de vida. No estábamos preparados para despedirlo, no estábamos preparados para vivir su muerte.
No es fácil escribir sobre su vida y relatar como nos marcó en tantos aspectos de nuestras vidas. Crecimos viendo a nuestro padre recorrer el desierto a ojos cerrados y dialogando con geoglifos y petroglifos a través de lenguajes rigurosos pero a la vez intuitivos y sensibles. Nuestra niñez y adolescencia transcurrieron viéndolo salir a terreno por días o semanas. Entre las ausencias más largas fue su estadía en el Cusco. Meses en donde nuestra comunicación era a través de un radioaficionado. Cada vez que hablábamos con él eran momentos muy emocionantes y esperados. Hace poco Esteban, mi hermano, me contaría que estos episodios no los olvidaría nunca, que habían quedado grabados en su memoria. No nos era extraño, con el pasar de los años, verlo partir a congresos, viajes al extranjero, terrenos a veces más largos de lo pensado. Esa libertad con la que se movía por la vida, haciendo lo que le apasionaba y viviendo a su ritmo cada día como si fuera el último, nos fue acostumbrando a nunca verlo abatido y a fluir liviano por la vida. Como no nombrar a mi madre quién entendió el alma y vocación de mi padre y asumió muchísimas veces la tarea de que el “nido” siguiera funcionando.
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SOBRE EL COMIENZO INOLVIDABLE DEL ACADÉMICO LUIS EDUARDO BRIONES MORALES, PREMIO NACIONAL DE CONSERVACIÓN DEL PATRIMONIO CULTURAL DE CHILE, 2012
Lautaro Núñez Atencio
Luis Eduardo “Lalo” Briones Morales nació en la oficina salitrera Pedro de Valdivia cuando su madre, Elba Morales Núñez, nieta de nuestro bisabuelo Francisco de Borja Núñez Loayza y de Luisa Olcay Mendoza, delcercanoValledeQuisma(bautizadosentrelosaños 1843-1848), perfumaba los mercados salitreros con las frutas piqueñas. Mientras su padre, Alejandro, minero empedernido y comerciante, se movilizaba por todo el Desierto de Antofagasta. Lalo aprendió a caminar en el sector Resbaladero, junto a la “cocha” de Pica, y lo hizo tan bien que su andar interminable fue su mejor instrumento para sus exploraciones en el desierto tarapaqueño. Él sabía que estaba respaldado por un territorio, su espacio natural, donde ya había observado ese potencial insospechado de tantos sitios ya marcados en su mapa mental, aún embrionario. Acogió de sus ancestros tempranamente la tradición hispano-criolla junto a las raíces mestizas derivadas del componente Olcay, que nos acercó a la valoración igualitaria de ambos orígenes. Lalo podía cargar el anda de Nuestra Patrona Santa Rosa de Lima en las procesiones del Pueblo de Quisma e iniciar la celebración del Año Nuevo Aymara en su espacio hogareño de Poromita. Sin embargo, cuando lo invitaba a la festividad del santuario de la Tirana siempre tenía compromisos ineludibles... hasta que un día me confesó que muy niño se perdió allí un 16 de julio y después de varias horas recién lo encontró llorando su “mamita” ...
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